Columna: El largo beso del chavismo

Por Walter Giannoni.

Salvo en los pliegues de la historia libertadora, sobre cuyos actos heroicos se construyó un relato intencionado, es difícil de explicar la intensidad del vínculo argentino-venezolano. Es una nación no limítrofe, distante, con la cual nuestro país tiene una ínfima relación comercial y en todos los casos, como vendedora de materias primas y productos agroindustriales fácilmente reubicables en otros mercados.

Nos une el mismo idioma, factor principal por el cual durante los años de plomo argentinos buscaron refugio, precisamente, en su lejanía. Poco más era Venezuela para la Argentina hasta que al calor del chavismo y las commodities volando en sus cotizaciones, se produjo ese encuentro de las izquierdas latinoamericanas que prometían un largo bienestar para sus pueblos. Lula fue, en todo caso, el que más se acercó al cumplimiento de esa promesa, pero el resto de los miembros de ese club, estuvieron muy lejos de hacerlo. Fue entonces que en una actitud todavía fresca en la mente, el kirchnerismo se abrazó sin condicionamientos al chavismo, en su fondo y en sus formas. Prácticamente no dejó nada de ese manual, sin aplicar aquí.

La valija de Antonini fue el emblema de la compatibilización de estrategias electorales, donde lo más importante era que la ciudadanía empobrecida ejerciera el voto mediante una contraprestación monetaria. Pero hubo de todo, sin pijoteos. Néstor y Chavez encarnaron aquel rechazo al Alca que no fue sustituido por ningún otro acuerdo comercial que le trajera divisas a los países, un desplante para enarbolar una bandera ideológica que todavía celebran la propia Cristina Fernández y sus seguidores.

En lo álgido del proyecto latinoamericanista, aquellos expresidentes trazaron un gasoducto irrealizable, proyectaron una fusión entre sus empresas petroleras, se prestaron plata a intereses usurarios, aunaron agendas diplomáticas, se acercaron juntos a países considerados peligrosos para occidente y al final del camino quedaron más unidos todavía por dos consecuencias inevitables: altos índices de inflación y desprestigio internacional. Aquello hoy pasa factura y es difícil poder despegaºrse de las formas y los modos de una ideología que pasó a ser repudiada en el planeta. Agustín Rossi, ungido hace solo un año nada menos que como candidato a vicepresidente dijo, por ejemplo, que si vuelven al poder no se respetará ninguna de las reformas del actual gobierno que llegó ahí por voluntad de los argentinos.

Maduro, cuando habló del peronismo, no estaba confundido. Aquel beso largo del chavismo sobre la mejilla del kirchnerismo, que se sigue pensando como una maquinaria electoral, será muy difícil de lavar aunque haya arrepentimientos circunstanciales.

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